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Qué es investigar…

Estoy investigando. Sí, sí, estoy investigando. Confieso que, cuando la gente me pregunta qué hago, intento obviar la parte de la investigación. Digo que soy profesora, que es mucho más claro. A veces digo que escribí un libro.

La investigación, resumida.

Voy a la biblioteca. Espero para que me entreguen los materiales. Saco fotos, desesperada, de ellos. Me parece que todo es relevante. Decido que necesito imágenes de cada página (más sobre esto en algunas líneas). Llego a casa. Empiezo a ordenar los archivos. Veo que una foto salió movida. Tengo que volver a la biblioteca. La investigación, resumida.

Ni siquiera estoy tratando de ser cómica. La investigación es ese proceso, ora tedioso y repetitivo, ora hermoso y revelador. No se me ocurre mejor manera de describir las dos facetas que el episodio (real, por otra parte) de la foto que salió movida. Combina ese momento luminoso del descubrimiento y el cansancio de la monotonía.

Necesito tener todas las páginas prolijamente fotografiadas. Es una mezcla deliciosa entre el trastorno y el deseo. Porque, aunque me genera dudas y hasta pudor, amo ese sueño confuso que es la investigación.

Escribo estas líneas y pienso en cuán dichosa me siento: desde hace algunas horas soy oficialmente miembro de la Carrera del Investigador Científico. Y agradezco a mis maestras, quienes me enseñaron a amar las dos caras de la profesión que tengo.

Del rechazo académico

Hace algunos años, un extraordinario texto de Melanie Stefan hizo visible el rechazo académico. Su curriculum vitae, sostenía la investigadora, no reflejaba la totalidad de su esfuerzo, pues allí estaban ausentes los fracasos y las pruebas fallidas. El curriculum vitae es una ficción de éxitos. Su sugerencia era anotar cuidadosamente las instancias donde nuestro trabajo había sido rechazado. Johannes Haushofer siguió su ejemplo y se convirtió en el modelo de curriculum vitae del rechazo.

Estoy comenzando a escribir el mío: en estos años he acumulado un número sorprendente de rechazos. Si me atrevo, lo haré público. Mi trabajo ha sido desechado en postulaciones a becas, en convocatorias a artículos y en presentaciones a congresos.

Miro las redes sociales de los investigadores que conozco: anuncian los libros que salen, las charlas en las que participan y los viajes que hacen. ¿A nadie le salen mal las cosas, alguna vez al menos? ¿Estoy sola en este camino, donde me rechazan mucho y a veces me aceptan? Estoy segura de que no es así. Pero nos aferramos a la ficción del éxito.

A los Procopio de mi vida.

Creo que nuestra reacción ante el rechazo académico es proporcional a nuestra pasión por el trabajo que hacemos. No me baso en un estudio cuidadoso, sino en observaciones hechas al pasar de quienes han conversado este tema conmigo. Se me viene a la cabeza la que es, para mí, la investigadora más brillante que conozco, con quien he charlado sobre el tema alguna vez. Si amamos nuestro trabajo y nos involucramos con él de modo intenso, ¿cómo no sentirnos afectados por el rechazo?

Ayer el decano de mi instituto preguntaba a los estudiantes qué era un buen profesional. Dijo algo sorprendente: en los buenos profesionales no podemos separar la vida profesional de la vida a secas, pues esa pasión invade cada aspecto de su ser. Fue algo poético y certero. No sé si soy una buena profesional, pero sé que cumplo esa condición. Y eso es algo que me hace feliz. Y eso es un comienzo, sin dudas.

Adelante, siempre.

 

I’m an alligator

Me doy cuenta, de a poco, que mi trabajo es la escritura. Estoy hace meses preparando una entrada con el tema, pero nunca logro terminar de cerrarla y publicarla. Creo que tiene que ver, de algún modo, con mi reticencia a poner en palabras qué significa la escritura en la vida de una investigadora/docente. Porque esta escritura, la que se me pide, es algo tan placentero como limitante.

Hay un hecho que motiva estas líneas: quiero escribir algunas reflexiones sobre la muestra Bowie by Mick Rock. El tema es que el sistema de “puntos” en el que me encuentro inmersa simplemente no puede ni comprender ni absorber ni contabilizar un texto como el que quiero escribir. El género “escrito académico” bloquea ciertas expresiones: son “perder el tiempo”.


Plenamente.

Quiero escribir un texto imposible de someter al ordenamiento de los “puntos”, de las “revistas indexadas”, de los “referatos”. Quiero escribir un texto sobre un conjunto de emociones (desordenadas sí, pero también con cierta fundamentación teórica… si me obligan) despertadas por esta muestra.


David Bowie maquillándose en el espejo redondo (Escocia, 1973).

Qué impactante Bowie, qué impactante su colaboración con Mick Rock. El terreno de la cultura joven en los ’60 fue una construcción tan heterosexual que Bowie y sus contemporáneos parecen salidos de otro universo: uno más lúdico, más libre y más brillante.

La muestra incluyó una amplia selección de fotografías y los tres videos que Rock realizó en los tempranos ’70. Life on Mars se destaca en este corpus: es un video de una simpleza engañosa. Fue filmado, sabemos, antes de un recital. Bowie está súper-elegante con su delicioso traje entalladísimo y exhibe un maquillaje absurdamente bello.

El maquillaje es un tema recurrente en las fotografías de Rock: el laboratorio del hombre moderno (parafraseando a Tamar Garb) es uno de los lugares de la “intimidad” más consistentemente explorados por Rock.


Más Bowie, más maquillaje.

La producción de sí, la metamorfosis de Bowie en otra cosa, es el resultado de pigmentos aplicados cuidadosamente. We’re born naked and the rest is drag, claro. Ru Paul tiene razón.

Algunas imágenes exhiben la precariedad de la trastienda de Bowie en estos años tempranos: los potes de maquillaje pierden la magia. Están rodeados de bananas, botellas y mugre. Pero, en otras ocasiones, Rock pone el foco en ese rostro en proceso de transfiguración y logra imágenes de una concentración notable.


David Bowie maquillándose en el espejo (1973).

Los ámbitos en los que se desarrollan muchas de estas imágenes son la antítesis del glam rock: una tabla de planchar, un piso de dudosa limpieza y muchos cigarrillos. Mick Rock arma y desarma las múltiples encarnaciones de Bowie. ¿Quién es el “auténtico” Bowie? ¿El que toma de un vasito de papel o el que luce, deslumbrante, la capa de Kansai Yamamoto?


Otro Bowie.

Mick Rock nos invita a cuestionar el mito de Bowie que él mismo contribuyó a construir: “Tengo fotografías de David comiendo, tomando café, fumando un cigarrillo y preparándose antes de subir al escenario. También tengo fotos de él durmiendo.” Queremos verlas todas: queremos ver a Bowie transformándose con la herramienta precaria del maquillaje, queremos ver a Bowie mirando de reojo a la eterna Cyrinda Foxe en The Jean Genie y queremos ver a Bowie brillando. 


David Bowie y Cyrinda Foxe en Beverly Hills (1972).

Gracias por cumplirnos el deseo. Amamos a Bowie y amamos ese territorio de libertad que fue el glam rock.

Que un hombre me explique, por favor…

En estos días me encuentro revisando los apuntes y decisiones que moldearon las unidades de arte de Género y Cultura, pues estoy escribiendo una memoria sobre este curso decisivo en mi vida como docente para el panel Global Conversation I: “Unsettling the Discipline; Decolonizing the Curriculum” , en CAA.

Cualquier reflexión sobre género va de las imágenes a las palabras, de los hechos a las teorías, de lo mínimo a lo totalizador.


“I’m sorry, Jeannie, your answer was correct, but Kevin shouted his incorrect answer over yours, so he gets the points.” (“Disculpame, Jeannie, tu respuesta era correcta, pero Kevin gritó su respuesta incorrecta arriba de la tuya, así que él recibe los puntos”; Joe Dator en The New Yorker).

En esta coyuntura, días pasados experimenté por enésima vez el mansplaining: en una reunión de trabajo todos mis comentarios fueron “retomados” por un colega varón, para ser recibidos con grandes festejos (huelga decir que un minuto antes, cuando yo los hacía, eran basura irrelevante). El varón luego me explicaba los enormes descubrimientos que acaba de hacer. Todo este circo era coordinado por una mujer, muy cómoda con su celebración de la masculinidad. Y, por si quedaban dudas, los colegas varones se despedían diciendo “You’re the man”.

En esos momentos me doy cuenta de que el feminismo me ha salvado la vida.

Trazos invisibles existe

El día llegó. Hay doscientos libros cuya portada dice mi nombre y un título. ¿Publiqué un libro o publiqué mi libro? Publiqué mi libro, el libro que quise y pude escribir.

Un libro propio.

El Facebook me dice que hay más de doscientas personas que “aman” la fotografía de varios ejemplares de mi libro que subí a mi perfil . Varias decenas de personas me escribieron para preguntarme dónde pueden conseguirlo en Buenos Aires, Rosario o Santiago de Chile. Estoy ansiosa. ¿Tiene público el libro publicado?

Berthe Morisot, La madre y la hermana de la artista, 1869/1870.

Trato de imaginarlos, de imaginarlas. ¿Quiénes son, qué esperan de este libro, por qué gastarían plata y tiempo en él? Compartimos algo: una inquietud, un malestar, frente a la invisibilización de las mujeres en las historias del arte. ¿Compartiremos la dicha de hallarlas ocupadas en pintar, dibujar, esculpir? Ojalá.

 

Bellezas

Durante los últimos años mi vida profesional pasó por el relevamiento de decenas de publicaciones periódicas de fines del siglo XIX e inicios del XX. Acicateada por esta experiencia y por muchas lecturas sobre la representación del cuerpo en el siglo XIX (Nochlin, Berger), ignoraba hasta qué punto nuestras ideas y prácticas sobre la belleza femenina tienen una fecha de nacimiento mucho más clara en las décadas de 1920 y 1930. En efecto, son relativamente pocas las normas de belleza de ese período que parecen perimidas, peligrosas o simplemente absurdas.

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Iré poniendo en orden estas ideas. Por el momento, me maravillo de la vasta aceptación que encuentra todo este aparato de control.

Payasadas

Estoy dando los últimos toques a la clase que daré este miércoles en el marco de la materia Arte argentino y latinoamericano del siglo XIX. Nervios aparte, pensar en qué tengo para trasmitir (“la pepita de verdad”, como diria Virginia) me lleva a una consideración bastante positiva de mi trabajo… Pero quiero explicarme bien. No quiero decir pavadas o hacer payasadas.

Rudolf Spohn, Autorretrato como payaso, 1930.

En 2008, cuando terminé mi carrera de grado, me debatía en la incertidumbre más absoluta. Pero tenía una idea clara: no quería investigar sobre la obra de Berni, Spilimbergo, Pettoruti, Basaldúa, Butler, Maldonado… Podría continuar con los nombres que no me interesaban. En principio, me interesaba bucear en un grupo de nombres que desconocía.

No sé cuáles son los méritos de mi trabajo. Con mucha frecuencia pienso que su única virtud reside en no haber continuado indagando en dirección de una narrativa maestra que se ha demostrado incapaz de incorporar a centenares de mujeres.

Esto no me parece una payasada.

 

 

101

La noticia es genial: 101 entradas sobre mujeres artistas han sido recientemente agregadas a Wikipedia. Robin Cembalest, en su texto sobre el evento que llevó a este extraordinario aporte, señala la desproporción que existe en Wikipedia en términos de género: las entradas son creadas por y sobre hombres en su mayoría.

Nicole Casamento, por su parte, sintetiza los objetivos del encuentro, enraizado en las prácticas de concienciación de la década de 1970: “Su objetivo es escribir a las mujeres en la historia en una forma novedosa, para la era digital, dándoles a más mujeres la conciencia y las herramientas para tomar los asuntos entre sus propias manos”.

Entonces

Para contribuir a la desesperacion de los amigos participantes de Rebuilding the portfolio, un simple mensaje en español (si, ya se que no hay enes, ni tildes): que lindo es tener un dominio propio. Desde no-underwear.com.ar, hace mucho tiempo, no tenia un cuarto propio en la web. Es lindo haber regresado.