Estoy investigando. Sí, sí, estoy investigando. Confieso que, cuando la gente me pregunta qué hago, intento obviar la parte de la investigación. Digo que soy profesora, que es mucho más claro. A veces digo que escribí un libro.
Voy a la biblioteca. Espero para que me entreguen los materiales. Saco fotos, desesperada, de ellos. Me parece que todo es relevante. Decido que necesito imágenes de cada página (más sobre esto en algunas líneas). Llego a casa. Empiezo a ordenar los archivos. Veo que una foto salió movida. Tengo que volver a la biblioteca. La investigación, resumida.
Ni siquiera estoy tratando de ser cómica. La investigación es ese proceso, ora tedioso y repetitivo, ora hermoso y revelador. No se me ocurre mejor manera de describir las dos facetas que el episodio (real, por otra parte) de la foto que salió movida. Combina ese momento luminoso del descubrimiento y el cansancio de la monotonía.
Necesito tener todas las páginas prolijamente fotografiadas. Es una mezcla deliciosa entre el trastorno y el deseo. Porque, aunque me genera dudas y hasta pudor, amo ese sueño confuso que es la investigación.
Escribo estas líneas y pienso en cuán dichosa me siento: desde hace algunas horas soy oficialmente miembro de la Carrera del Investigador Científico. Y agradezco a mis maestras, quienes me enseñaron a amar las dos caras de la profesión que tengo.