La edad dorada de internet / Uno

Amo tanto internet desde sus inicios que recuerdo el momento, olvidado por mucha gente y desconocido por mucha más, de los fansites y de las páginas personales. Me estoy poniendo nostálgica, sin dudas, como la intrigante mujer en la ventana de Vickrey.

Robert Vickrey, Woman at the Window

En el año 2000 no había, al menos en mi pequeño rincón, computadoras portátiles, conexión a internet que no fuera por teléfono, monetización de cada cosa que vemos o la posibilidad de descargar un disco entero de internet (las canciones se descargaban, trabajosamente, de a una). Todo era un poco más ingenuo y rudimentario. Y, al mismo tiempo, un poco más libre.

Yo tenía dieciséis años y era fanática (o sigo siéndolo) de un película ligeramente de culto que se llama Velvet Goldmine. Una madrugada decidí que era momento de hacer mi propio fansite. En ese momento, internet estaba marcada a fuego por los fansites: trabajos de amor, muy pocas veces fuente de ingreso para quienes los hacían, que se convertían en un recurso fundamental para saber más de aquello que nos apasionaba. No había Wikipedia, claro está. Bajo el pseudónimo de Laura Stardust, elaboré un esbozo de contenidos y, lo más importante, pensé en un nombre. * ~ * V e L v E t . L i F e * ~ *, así con las sticky caps.

Mi primer sitio web estuvo alojado en Geocities.com, un servidor gratuito que fue decisivo en los años dorados de internet. En Geocities, por cero pesos, tenías acceso a un espacio para explorar tu pasión y a un editor WYSIWYG, lo que básicamente quiere decir que no tenías que saber nada de HTML. Nada. Pero, con el tiempo, te entraba la duda de qué era exactamente lo que se veía cuando hacías click con el botón derecho y veías el código de tu página. Y también empezabas a querer hacer tus propias imágenes y banners para promocionar tu fansite. Y a darle a tu sitio una impronta visual lo menos horrible posible.


El infame primer diseño de Velvet Life

Este fue el camino que seguí, junto a miles de otras personas fanáticas de cualquier cosa. Como explicó Benj Edwards, a comienzos de los 2000 había sitios en Geocities.com sobre el tema que te imaginaras. Velvet Life fue el nombre definitivo de ese sitio, sobre el que trabajé (en varios servidores y en multiplicidad de encarnaciones) durante años y años. Horas y horas. Aprendí a manejar con cierta solvencia el HTML y el CSS. También empecé a usar Photoshop con gran, enorme placer.


Una versión de Velvet Life

Los fansites (les recuerdo una vez que no estaban monetizados) buscaban ofrecer el mejor contenido posible y las mejores “descargas” (fondos de pantalla, íconos de Windows, videos en pésima calidad y otras joyas). Pero, había, más allá de esta especie de rivalidad entre creadores de fansites, una aspiración común: difundir Velvet Goldmine y sus productos culturales asociados (múltiples). Por eso, Velvet Life se integró rápidamente a una serie de webrings, cliques y directorios (ah, me olvidé de contarles que el poderío de los grandes buscadores no llegaba a los extremos de nuestra contemporaneidad).

 

Los “extras” de todo fansite incluían fondos de pantalla.

 

Pronto, yo misma creé el webring Satellite of Love, que llegó a reunir algunas decenas de sitios web dedicados a Velvet Goldmine, David Bowie, el glam rock y cosas parecidas. Allí, aparecieron por primera vez en mi horizonte las personal pages. Pero, dejo esa parte de la historia para otro posteo porque allí se jugó mucho para mí.

 

La útlima encarnación de Satellite of Love

 

El sentido de comunidad de webrings, cliques y directorios es algo difícil de explicar a quienes nunca los usaron. Eran espacios que se multiplicaban: entrabas a un sitio y seguías tu camino visitando el sitio siguiente. Así entendí (en plena adolescencia, por la madrugada y por primera vez) que no había nada natural, que la heterosexualidad era una construcción social y que las curvas de unos labios podían reescribir la historia.

Un posteo después de más de dos años

Después de dos años, retomo esta escritura. No hay palabras para expresar en forma resumida lo que hemos atravesado en este tiempo de silencio. Pero, confío en que pueda retomar este espacio que, más allá de los nuevos espacios dedicados a El canon accidental. Mujeres artistas en Argentina (1890-1950), ha cambiado muy poco. Por ahora, dejo esta imagen que rescata algo resplandeciente de este tiempo.

El canon accidental en el Museo Nacional de Bellas Artes.

A seguir trabajando, enseñando e intentando salir de este atolladero múltiple.

Padeletti / Dos

Se me terminó el Padeletti. Informe entregado, muestra documental montada y conferencia dictada. Pero, ¿se puede terminar el Padeletti? ¿O es una de esas experiencias que siguen creciendo y dando frutos?

Haciendo archivo…

Cuando vi, hace bastante más de un año, la convocatoria para este premio, supe que tenía que tratar de ganarlo, aunque muchos, pero muchos, fracasos en el mundo académico me hacían dudar de mis posibilidades. El “Rosa” ocupaba un lugar especial en mi mente. Porque está en Santa Fe. Porque tiene nombre de mujer. Porque tiene un acervo extraordinario.

Siempre, pero siempre, había querido meterme en esa colección y en ese archivo. Siempre. No imaginaba que se daría de un modo tan espléndido, claro está. Durante algunos meses, tuve acceso a aquellas cosas que mi experiencia como investigadora no asociada a un museo me hacen considerar un enorme privilegio. Es la ansiada libertad de pasear libremente, como diría María Bashkirtseff.

Gertrudis Chale.

Leyendo el proyecto original, creo que cumplí algunos objetivos, tuve que descartar otros e inventé nuevos. La gran riqueza es que también abrí líneas que ni siquiera logré desarrollar en el informe final.

Creo que es un gran resumen del proceso de la investigación: vamos con una serie de ideas al archivo, las modificamos, se nos ocurren cosas impensadas y, en algún momento, tenemos que poner un límite a nuestras ambiciones.

Biblioteca tomada.

El sentimiento general es el de una enorme gratitud y una cierta presión. Quiero multiplicar y hacer pública esta experiencia, surgida en una institución provincial largamente olvidada.

Más biblioteca tomada.

Vuelvo a confirmar aquello que creo con pasión: el espacio de las instituciones públicas no es de por sí aletargado. Muy por el contrario, si quienes ocupan esos lugares lo hacen con capacidad de gestión, dinamismo y afecto, todo es posible y alcanzamos un grado de libertad difícil de imitar.

María Obligado, pintora

María Obligado, pintora es el nombre de la exposición que “yo” curé en mi amado Museo Marc. El uso de la primera persona en singular es, al menos, exagerado. En el peor de los casos, es una mentira. No sé exactamente en qué categoría incluirme.

“Mi muestra”.

Tal vez por ser mi primera experiencia “sola” al frente de un proyecto de este tipo, estoy atravesada por millones de dudas que conciernen a la autoría de la muestra. ¿Quién me brindó el espacio? Pablo. ¿Quién me asistió a cada momento y me dio valiosas sugerencias? Lucía. ¿Quiénes hicieron brillar las obras? Las miembras del equipo de restauración: Natalia, María Amalia y Diana. ¿Quiénes las dispusieron en la pared y las iluminaron? Marcos y Paulina. ¿Qué hice “yo”, entonces?

“Mi muestra”.

Creo que mi único mérito real es haber cultivado una pasión por María Obligado, una pintora. También, sin dudas, haber trabajado codo a codo con la familia que amorosamente conservó sus obras por décadas (aunque sea más un placer que un mérito). Otro “mérito” sobre el que no titubeo es el de haberme dejado guiar por una maestra maravillosa que me animó en el desafío de crear a María Obligado en cuanto pintora, para ir más allá de una nota al pie sobre la artista.

“Mi muestra”.

De cualquier modo, me alegro de que María Obligado, pintora acontezca. Y agradezco de todo corazón a quienes transformaron, conmigo, a esta mujer marginada por la historia del arte en una artista de “museo”.

“Mi muestra”.

¿Que las mujeres artistas sean celebradas en los museos (cuyo eje regulador es el concepto de “patrimonio”) es una contradicción o una conquista? Todavía no lo sé y, al menos por hoy, no me interesa.

Padeletti / Uno

En 1962 Elsa Flores Ballesteros recibió una beca provincial de Santa Fe para profundizar sus estudios en historia del arte. Ella se convertiría en una de las voces más destacadas de la historia del arte en el panorama regional. El promotor de esa beca fue Hugo Padeletti, en cuyo homenaje se ha creado el premio actual, un estímulo al pensamiento crítico organizado por el Museo Rosa Galisteo.

Es una menuda responsabilidad estar al frente de esta nueva edición del premio, como primera ganadora del relanzamiento de esta extraordinaria articulación entre museo e investigación externa. La primera semana de trabajo, entre el 21 y el 25 de agosto, me dejó un sabor dulce, que quiero poner en palabras.

Estupor.

Hay en el archivo y en la biblioteca del Museo un caudal de tesoros. La sensación que me dejaron estos días de trabajo fue la de un ataque bulímico: intentar comer todo, intentar fotografiar todo, intentar registrar todo. Al mismo tiempo, en los momentos libres que me dejaba este frenesí archivístico, pude ver y experimentar el museo vivo: con su acervo valiosísimo y con un cuerpo de jóvenes estudiantes que atraviesa cada evento.

Museo vivo, museo tomado.

Esta sensación de coexistencia pacífica y dinámica entre mi pesquisa (obsesiva) sobre el pasado y la actividad (urgente) sobre el presente ha sido el telón de fondo de esta primera visita al Rosa Galisteo, a Santa Fe, a la tierra donde nacieron algunas de las personas que más hemos amado en esta vida.

¿Y si me citás?

La verdad, pero la verdad, es que estoy cansada de que no me citen. Un texto abrumadoramente reciente sobre la OLVIDADÍSIMA pintora nacida en Argentina Diana Cid García de Dampt, sobre quien hasta donde sé sólo tres investigadoras hemos escrito, despacha nuestros aportes al tema en dos líneas. O menos. Y a una ni la menciona. Tampoco detalla el contexto y los alcances de nuestra investigación, que son conocidos de sobra por quien ha escrito dicho artículo.

Modales, modales.

Parafraseando este artículo “La conducta que corresponde en sociedad” de 1931, puedo decir con total seguridad que la conducta que corresponde en la investigación es citar y reconocer con justicia lo que ya se ha hecho. Pero, el viejo tema centro-periferia interviene decisivamente para que los aportes de algunas sean ignorados. Total…

¿Qué pasaría si la situación se diera al revés, es decir, si una investigadora periférica no citara a quienes han investigado el tema en el centro?

Los artículos de los tres años y los tres meses

En marzo de 2015 pasaron varias cosas. Me doctoré, en una defensa difícil e injusta. Se luchó y se ganó. Digamos. No voy a mentir: se dijeron cosas horribles de mi trabajo, incluyendo el inolvidable “no me gusta tu escritura” (sic). Ahí me enteré de que una tesis doctoral tenía que ser una obra literaria. Claro. Algún día voy a escribir largamente sobre el tema, pues hay abusos que no pasan de moda, pero hoy no es el momento. Me quedo impasible, como la esposa de Jan Cornelisz Verspronck.

Jan Cornelisz Verspronck, La esposa.

En el 2015 también empecé a escribir dos textos. Eran dos ponencias, una sobre las mujeres artistas en los Salones Nacionales y la otra, sobre los desnudos ejecutados por mujeres. Digo sin tapujos, sin vergüenzas y sin rencores que tardé tres años y tres meses en terminarlos. Sí, tres años y tres meses en enviarlos a las célebres revistas indexadas. Uno de ellos ya fue publicado. El otro aguarda su evaluación.

En un intento por salvar mi honor y mi “productividad académica”, tengo que decir que son artículos largos, de más de treinta páginas y con una multiplicidad de ilustraciones, datos nunca antes publicados y nuevos enfoques. Seguramente no alcanza, claro. Nunca alcanza lo que leemos, lo que relevamos y lo que escribimos. Habría que ser como la Magdalena que lee, por supuesto: ordenada e inmutable .

Piero di Cosimo, Santa María Magdalena leyendo.

Escribo estas líneas porque hace algunos meses un varón me explicaba que él produjo tres artículos en tres meses. En fin. No lo puedo hacer. Ni dejando de dormir, de comer y de bañarme alcanzaría estas cuotas de “productividad”. Sé que somos muchas las personas inquietas por la tiranía de la publicación compulsiva, pues pensamos que no fomenta la excelencia que declama. Por eso, lo digo: tardé tres años y tres meses en cerrar los artículos. Y podría haber seguido puliéndolos.

Ética y política

Ayer subí un pequeño comentario a Facebook. En cuestión de horas había sido comentado, compartido y valorado.

El post en cuestión.

En él me refería a una rara virtud del nuevo libro de Andrea Giunta: el reconocimiento permanente a quienes han transitado caminos de investigación paralelos. Lo que debería ser una práctica estándar se ha convertido en una cualidad a destacar.

En el trabajo de Andrea Giunta resuenan y se resignifican los aportes de otras investigadoras. Hay una ética en este reconocimiento, pero también hay una política de la investigación: genéricamente erudita, pero específicamente feminista. La mayor parte de las citadas y justipreciadas somos mujeres.

Contrastaba mentalmente las páginas y páginas de bibliografía de Feminismo y arte con una tesis doctoral sobre arte latinoamericano de fines del siglo XIX escrita en el contexto de una universidad francesa. Tuve oportunidad de ojearla hace algunos días: me encontré con contenidos apropiados, con invisibilizaciones evidentes y con injustos silencios. Una artista de la que poco y nada se sabía hasta la publicación de mi libro Trazos invisibles es presentada con total naturalidad, omitiendo que su redescubrimiento fue fruto de un larguísimo trabajo de pesquisa, financiado por el CONICET.

Nada de estos esfuerzos, individuales y colectivos, es reconocido. Será aprobada con un “muy bien, 10”. La tensión centro-periferia se expresa con crueldad y dureza en el modo en que las investigaciones sobre arte latinoamericano producidas en América Latina son frecuentemente soslayadas por los “centros”. A esto se suma la tendencia, constatada en diversos estudios, de citar con mayor frecuencia a los varones.

“Feminism: we need to cite each other into existence” decía Sara Ahmed hace un tiempo. ¿Lo hacemos?

Mejor dicho.

El camino menos recorrido…

Estoy ordenando, a la fuerza, mi computadora. Estamos en estas condiciones:

Así.

Entre los archivos que estoy tratando de organizar, en un clima frenético y de histeria anormal porque me estoy quedando sin espacio, me encontré con esta pequeña joya, de los días del hermoso programa Rebuilding the Portfolio:

El camino…

La imagen muestra en una nube las palabras más usadas en mi tesis de doctorado, que todavía estaba escribiendo cuando pegué el texto entero en una aplicación. Recuerdo una mañana que pasé revisando las notas del capítulo II en el estupendo campus de la George Mason University.

Pasaron varios años. La tesis se terminó y se defendió con bastante dificultad, aunque me guardo ese tema para una entrada larga, larga, larga que escribiré en algún momento. Se publicó un libro, que no cambió la historia del arte argentino. En compensación, creo que es bastante lindo y considero que los agradecimientos son realmente hermosos.

Lo que me gustó de reencontrarme con este humilde .png es la certeza de que sigo en este, el camino menos recorrido. ¡Larga vida a las historias del arte con mujeres artistas!

 

1926

Mi biblioteca es un conjunto confuso de materiales raros, libros que me han regalado, elementos realmente útiles y paquetes cerrados. Tiene una sección dedicada a Rosa Bonheur y otra a María Bashkirtseff.

Estantes.

Dicen que Aby Warburg le vendió a su hermano Max el derecho de llevar adelante los negocios familiares a cambio de que solventara su hábito de comprar libros. Tenía trece años en ese momento. Ese gesto siempre me pareció de lo más normal.

1926.

Los Salones Nacionales han ocupado un lugar preferencial en mi trabajo. Los amo y odio al mismo tiempo. Han sido lugar de exclusión de las mujeres, como traté de demostrar en Trazos invisibles. A pesar de todo, hoy empecé un camino tan largo como inconducente: coleccionar los catálogos.